sábado, 15 de enero de 2011

La Vida

Edith Södergran

Yo, mi propia prisionera, he aquí lo que digo:
la vida no es la primavera vestida de terciopelo verde claro
ni una caricia raramente recibida,
la vida no es una decisión de partir,
ni dos brazos blancos que nos retienen.
La vida es el círculo estrecho que nos tiene prisioneros,
el círculo invisible que no franquearemos jamás
la vida es la felicidad próxima que nos huye
y mil pasos que no nos decidimos a dar.
La vida es despreciarse a sí mismo
y estar inmóvil en el fondo de un pozo
y saber que el sol brilla allá arriba
y que pájaros de oro atraviesan el cielo
y que los días vuelan rápidos como flechas.
La vida es hacer un breve gesto de adiós, volver a casa y dormir...
La vida es un ser extraño para uno mismo
y una máscara para todos los que vienen.
La vida es maltratar su propia felicidad
y rechazar el instante único,
la vida es creerse débil y no atreverse. 






Edith Södergran (San Petersburgo 4 de abril de 1882- Raivola, 24 de junio de 1923), poeta fino-sueca, pionera de poesía filnadesa. Su impacto en la poesía nórdica, especialmente en el modernismo finlandés de los años veinte, fue significativo en lo que se refiere a la liberación del verso de los confines de la rima, el ritmo regular y la imaginería tradicional.
Afectada por la tuberculosis, poeta, fotógrafa de gatos y paisajes invernales, escribió uno de los versos más rotundos de la poesía vanguardista: "Yo sé, yo sé que venceré... el misterio yace en el cuerpo de la fuerte cuando, cegado por el alcohol, pasa a la acción". La acción, para esta campesina convertida en dama y luego en víctima, es el sacrificio del poeta.
Södergran murió en la pobreza, víctima de la misma enfermedad que mató a su padre, aquella que la había condenado a una vida de reposo en su dacha de Raviola, aunque siempre enterada de los acontecimientos literarios del mundo europeo. 


El grito de Dafne    DeCastro/04
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