Un lazo tenue, invisible y matutino une mi
asombro con el alba de todos tus sentidos.
El aire sutil de la mañana roza tu cara, es
el mismo que también, a tu lado, toca la mía.
El apacible color de la noche extiende todavía
su frágil luz de piedra ennegrecida. Veo en tus
sienes, con el color de corolas coronadas, el
temblor permanente que en tu frente habita.
Al abrirse tus ojos veo la luz de la mañana,
y el fulgor que tenía todavía la noche platinada
y me recorren esos ojos de lluvias detenidas
inundando de verde claro mi alma sorprendida.
Y de tu boca me llega como una lluvia de rocío
imaginada, tu acento confundido con tu aliento
que llena como un canto en mis oídos y que
me nombra por mi nombre, gota a gota.
Gracias, gracias, por este poema de Cernuda que leo a estas horas
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