viernes, 24 de mayo de 2013

Fin de fantasía

Cesare Pavese




Este cuerpo no habrá de renacer. Tocándole los párpados
se siente que un montón de tierra está más vivo,
pues la tierra, aun al alba, no hace más que callar ensimismada.
Pero un cadáver es la sobra de demasiados despertares.

No poseemos más que una virtud: comenzar
cada día la vida -delante de la tierra, 
bajo un cielo que calla -aguardando un despertar. 
Alguien se asombra de que sea tan fatigosa el alba,
de un despertar a otro queda un trabajo hecho.
Pero sólo vivimos para ir en un temblor
al trabajo futuro y despertar de una vez a la tierra. 
Y a veces nos sucede. Luego vuelve a callar con nosotros.

Si al rozar ese rostro no estuviera temblorosa la mano
-viva mano que siente la vida cuando toca-,
si ese frío en verdad no fuese más que el frío
de la tierra, en el alba que hiela la tierra,
quizás esto sería un despertar, y las cosas que callan 
bajo el alba dirían todavía palabras. Pero tiembla
mi mano y entre todas las cosas se parece a la mano
que está inmóvil.

Otras veces, despertarse en el alba
era un seco dolor, un desgarrón de luz,
pero era también una liberación. La avara palabra
de la tierra era alegre, en un rápido instante, 
y morir todavía era volver a ella. Ahora el cuerpo que espera es
un resto de demasiados despertares y no vuelve a la tierra. 
Y los rígidos labios no lo dicen tampoco.




Cesare Pavese, nacido en Santo Stefano Belbo (Cuneo) el 9 de septiembre de 1908 y fallecido en Turín el 27 de agosto de 1950), fue un escritor italiano, uno de los más importantes del siglo XX.
Este gran poeta y novelista italiano estudió filología inglesa en la universidad de Turín y, tras su licenciatura, se dedicó por completo a traducir a numerosos escritores norteamericanos, como Sherwood Anderson, Gertrude Stein, John Steinbeck y Ernest Hemingway, entre otros, así como a escribir crítica literaria que hoy se considera clásica. Al unirse con Giulio Einaudi y su amigo Leone Ginzburg, cofundadores de la editorial Einaudi en 1933, fue uno de los cimientos de esta famosa empresa cultural italiana desde 1937, en la que permaneció como editor decisivo hasta su muerte y en la que trabajó con un rigor reconocido hoy por todos (pues Leone murió torturado por los alemanes en 1944).
Sus escritos antifascistas, publicados en la revista La Cultura, lo condujeron a la cárcel en 1935, donde inicia sus primeras obras. Durante la II Guerra Mundial formó parte de la Resistencia antifascista como estudioso y pensador independiente aunque cercano a la izquierda italiana. Tras la guerra se incorporó al grupo editor su amiga escritora Natalia Ginzburg, mujer de su compañero de curso Leone. Durante toda su vida, Pavese tratará de vencer la soledad interior, que veía como una condena y una vocación. Se suicidó a los cuarenta y dos años de edad. Su gran amigo el escritor Davide Lajolo describió, en su libro El vicio absurdo, el malestar existencial que envolvió siempre su vida.
La narrativa de Pavese trata, por lo general, de conflictos de la vida contemporánea, entre ellos la búsqueda de la propia identidad, como en La luna y las fogatas (1950). Pavese (que vivía con una hermana) se suicidó en una habitación de hotel en Turín, después de haber recibido un premio literario por su libro El bello verano (1949). Su diario se publicó póstumamente, en 1952, bajo el título El oficio de vivir, y concluye con la frase anunciadora de su decisión personal.
En el año 1957, se creó un premio literario con su nombre para honrar su memoria.